Los galgos precedieron mi llegada al palacete en el que se había instalado días atrás. Entraron en el patio principal a la carrera, altivos y felices, olfateando cada nuevo olor que desprendía aquel lugar. Siempre los llevaba conmigo, a todas partes; yo era parte de su manada y ellos formaban parte de la mía. Amaba a mis perros con pasión, por encima de muchas personas cercanas a mí.
Valiant me recibió amablemente. Tenía claro quién era yo y no dudó en acercarse a mi semental y ofrecerme ayuda para descender de él. Pude comprobar al acercarme a sus ojos que poseía el mismo brillo con el que su padre me había conquistado años antes.
Pasé varios días en su casa, en su cama y en su vida. Hacíamos el amor, cabalgábamos por las tierras que estaba aprendiendo a cultivar con la ilusión de un niño, disfrutábamos de los placeres de la comida y volvíamos de nuevo al sexo. Adoraba perderme entre su piel herida. Sus curtidas manos no restaban un ápice a la delicadeza con la que me acariciaba ni su boca tuvo reparos en recorrer los grabados de henna que decoraban varias partes de mi cuerpo.
Me sorprendió su humildad, con la que no estaba acostumbrada a tratar, pero aún más sus ganas de mejorar la pequeña porción de mundo que le había sido ofrecida. No tardé en comprender que él era el elegido para librar aquella batalla que jamás cesaría.
Al quinto día de mi estancia allí crucé nuevamente el patio principal para volver a casa, junto a mi esposo. Mis galgos se pusieron en marcha al galope sin que tuviese que decirles nada, pero, al llegar a portón de salida, pararon en seco para dejar marcado su territorio, tal como yo había venido a hacer días antes.
La mesura de tus palabras nos hacen viajar contigo… una artista.
Me gustaLe gusta a 1 persona