-No sé vivir sin escribir -afirmó con rotundidad- lo he intentado, he probado otras cosas y todo ha sido una pérdida de tiempo y esfuerzo -sus pupilas se dilataron-. Escribir es el aire que termina de llenar de mis pulmones. Me da ese punto y seguido para poder continuar, me hace conectar conmigo, con el mundo, con el universo. Me ayuda a reflexionar y a ir más allá de lo que se aprecia a simple vista – sus ojos miraron nerviosos hacia unos dedos ennegrecidos y apenas sin uñas-.
-He probado otras drogas, algunas de ellas me dieron resultado durante breves instantes de tiempo pero el vacío de después era insoportable, insufrible, como un gran agujero negro que todo lo engullía.
Él la miraba con una pizca de interés pero con gesto casi neutro, entre la pena y la empatía. Apenas asentía con su cabeza a las sinceras y emotivas palabras que salían de aquellos labios pálidos que sin duda fueron hermosos tiempo atrás.
-No deseo hacer otra cosa en esta vida -continuó cogiendo aire nuevamente- no hago mal a nadie, solo quiero escribir, crear, parir mis historias, a mi modo. ¿Acaso me pueden negar ese derecho?
La pregunta quedó suspendida en el aire de la habitación durante no más de un par de segundos. Sin embargo, en la mente de él, su eco resonó durante horas. Quizás tuviese algo de razón después de todo.
El tiempo estipulado había concluido cuando una enfermera entrada en kilos la acompañó de nuevo hacia su habitación. Arrastraba los pies por el largo pasillo, con la mirada fija en el haz de luz que se colaba por la ventana enrejada al fondo del pasaje. No era tan desagradable como parecía.
La enfermera le abrió la puerta de su habitación con cuidado, como si temiese que algo fuese a escapar de allí. La imagen del interior del cuarto la sobrecogió una vez más. Cada una de sus cuatro paredes estaba rubricada por completo de puño y letra de aquella muchacha. No quedaba un minúsculo hueco donde poder apreciar el color primigenio de las paredes. El olor a carboncillo inundaba toda la estancia hasta quedarse impregnado en la piel como un sudor frío.
Con un sereno gesto de su mano la enfermera la animó a entrar. No llevaba anillo de casada, pero sí una antigua marca en el dedo corazón, de esas que el tiempo jamás consigue borrar.
Ella se adentró en la estancia resignada y sin volver la vista atrás escuchó como la puerta se cerraba con llave desde el otro lado. No le importó. Lo que empezaba a preocuparle en aquel momento era otra cosa distinta.
Echó un largo vistazo a las paredes de su cuarto antes de coger el agotado carboncillo que descansaba sobre la única mesa de la habitación. Al fin, una leve sonrisa se dibujó en su porcelánico rostro mientras se sentaba sobre el cálido suelo de madera.
Cruzó las piernas y sin apenas pensarlo, desde su rodilla izquierda hacia el tobillo comenzó a escribir:
“Era una enfermera rolliza, resignada y divorciada, que nunca había probado el placer de escribir…”
Precioso!
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!Muchas gracias!. Me alegro que te guste
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Muy bonito al inicio pensaba que eras vos describiendo tu necesidad de e#cribir. Luego me vi envuelto en una historia con el mismo propósito de saber el porque lo hacemos. Saludos
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Muchas gracias, me alegro que te guste. Y gracias por pasarte por mi blog y comentar. Un saludo.
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De nada, para eso estamos para compartir. 🙂
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