Cosas de casa

Esta reacción no la tenía prevista. Por mucho que imaginase las posibles respuestas de mi mujer a mi infidelidad ésta no formaba parte de ellas. Había pensado en lágrimas, de rabia y de dolor, ambas cosas. Pensé en esa risa nerviosa que a veces le entra de forma tragicómica. Había escuchado una y mil veces sus insultos vomitados sobre mi traje de Armani. Incluso la imaginé lanzando cualquier objeto que encontrase a mano hacia mi cabeza con la firme intención de alcanzarme. Pero el silencio me dejó consternado. Había ensayado incluso varios discursos según fuese su respuesta. Nada me había preparado para aquel silencio insoportable. Su mirada de muñeca de cartón no me dejó margen de maniobra. Recogí mi billetera y el cargador del móvil, parando solo un segundo frente a la puerta por si mendigaba algún improperio que enjuagase el sabor a hiel que se me estaba generando en la boca; pero nada. Antes de cruzar el umbral y sin previo aviso recibí un balazo en el pecho a la altura justa del corazón.

Cuando ella compró la pistola no pensó en dar explicaciones. No imaginó discursos, ni lágrimas, ni risas flojas. Pensó que lo más fácil sería pegarle un tiro a su esposo si éste descubría que llevaba dos año acostándose con su vecino. Sería suficiente con una familia destrozada. Por eso le sorprendió tanto estrenar aquel arma con un motivo tan distinto al que ella había previsto.